jueves, septiembre 16, 2010

Eugenia Martínez Vallejo, La Niña Monstrua

( La Monstrua vestida - Eugenia Martínez Vallejo pintada por Juan Carreño a los seis años de edad)


Eugenia Martínez Vallejo, la llamada “niña monstrua de los Austrias”, vino al mundo en la villa de Bárcena,  hija de José Martínez Vallejo y Antonia de la Bodega Redonda, justo cuando el cura estaba diciendo misa, lo cual, entre los vecinos del lugar, amigos de presagios y malos augurios, acostumbrados a interpretar cualquier signo como un vaticinio, los lugareños consideraron aquella coincidencia como una señal inequívoca de que la recién nacida iba a ser afortunada. Nada más lejos de la realidad.


Aunque sus padres y hermanos eran de estatura normal y facciones correctas, la pequeña Eugenia parecía tener doce años cuando aún no había cumplido uno, y pesaba más de dos arrobas (unos veinticinco kilos), que se convertirían en cerca de seis cuando contaba seis años. A esta edad fue llevada a Madrid en compañía de sus padres y recibida por el mismísimo rey Carlos II, para empezar a vivir en el Real Palacio del Alcázar. Esa fue su infeliz fortuna.

Media España se interesó por esta pobre niña y su caso despertó gran interés. Fue publicado por al menos tres relaciones de sucesos publicadas en Valencia, Madrid y Sevilla, de los que se vendieron millares de copias, dado que en la época cobraban un morboso interés las rarezas y fenómenos extraordinarios de la naturaleza, descripción que se hacía con gran detalle sobre la robustez de la niña.


Eugenia era blanca y no muy desapacible de rostro, aunque a los seis años ya era tan grande como muchas mujeres en su madurez: su cabeza venía a ser como la de dos hombres, y su vientre era tan descomunal como el de la mujer mayor del mundo a punto de parir. Sus piernas, llenas de ronchas, eran grandes como los muslos de un adulto y tan gruesas que no dejaban ver sus naturales vergüenzas. Por último, sus pies, pese a que su tamaño estaba en lógica consonancia con el volumen de su enorme cuerpo, apenas la sostenían y la pobre niña andaba con gran dificultad.

Los anónimos redactores de estas descripciones insistían en presentarla como una auténtica niña gigante, pero en realidad se trataba de una niña con una obesidad excesiva, pues no era la talla sino el volumen lo que despertaba sensación. En realidad la niña padecía una enfermedad cuyos síntomas coinciden con los propios de un trastorno cromosónico y que hoy se conoce con como síndrome de Pradre-Willi. Esta dolencia, asociada a una deficiencia del crecimiento está caracterizada por la obesidad mórbida, hipotonía muscular, hipogonadismo y escoliosis, presentándose con frecuencia trastornos psiquiátricos como, por ejemplo, la hiperfagia o búsqueda compulsiva de comida.


Las descripciones en las que se detallaba su corpulenta deformidad iban acompañadas, además, de grabados que la representaban completamente desnuda para acentuar en mayor grado su deformidad. En algunas estampas, como una que se publicó en 1680, la niña es retratada con un gracioso pajarillo en la mano, una nota cálidaque dota de cierta humanidad a la tosquedad de un grabado que no ahorra detalles de la enorme mole desnuda, casi a punto de derrumbarse bajo su propio peso.

No obstante, los mejores testimonios visuales de cómo era Eugenia Martínez Vallejo a los seis años de edad salieron de los pinceles de Juan Carreño de Miranda, pintor de cámara de Carlos II, quien por expresa orden del monarca retrató a la niña dos veces, una desnuda y otra vestida. En esta última ocasión la niña posó para el artista asturiano, ataviada con el rico traje de brocado encarnado y blanco con botonadura de plata al uso palacio, que le había regalado el propio monarca. Ambos cuadros formaron parte de las colecciones reales, siendo conocidos como “La Monstrua vestida” y “La Monstrua desnuda”.


( La Monstrua desnuda- Eugenia Martínez Vallejo pintada por Juan Carreño a los seis años de edad)

Por los motivos de posar como modelo para estos dos retratos, la niña pasaba muchos ratos al día con el pintor de cámara mientras éste la retrataba. Aunque es imposible saber como fueron las sesiones en las que la niña monstrua posaba en el aposento del artista, el pintor nos la muestra vestida y agarrando con cierta determinación dos piezas de fruta, testimonio de la ansiedad por la comida que padecen los enfermos que padecen el síndrome de Prader-Willi, y que seguramente la atormentaría mientras posaba.

Carreño de Miranda ha tratado con cierta delicadeza la descomunal figura de su más que particular modelo. Sin duda los retratos destilan tristeza y cansancio, y Eugenia aparece con una mirada algo perdida: sin embargo, un mohín apenas apuntado en su cara nos permite conocerla como la niña que de hecho era.

Lo que sin embargo hacía aún más admirable la vida de de Eugenia y la dotaba de mayor aire de maravilla, era que la niña giganta había conocido a los reyes, vivía en el Alcázar madrileño y había sido retratada por el pintor de cámara.

En palacio, los rasgos diferenciales de la Monstrua alcanzaban su máxima expresión. Su corporal desmesura podía ser comparada con la galanura del talle ideal que lucían señoras y meninas. Su enorme peso hacía que la niña se desplazara muy trabajosamente, haciendo el contrapunto de la grácil manera de caminar de las damas de la corte, por lo que era muy solicitada para lucirse al lado de las señoras de la corte y así realzar su belleza con la monstruosidad de la niña.

Muy lejos ya de su Bárcena natal, más admirada que compadecida, y opuesta su rareza a la perfección cortesana, María Eugenia Martínez Vallejo ingresó en la particular familia de los que, llegaron a ser llamados tanto “gente de placer de palacio”, como “sabandijas palaciegas”. La llamada Monstrua compartió dicha condición con otras muchas personas que, víctimas de una deformidad física, una enfermedad mental, o una minusvalía intelectual, también habían sido llevadas a la corte de los Austrias.

Como la de sus más tristes compañeros de fortuna, la vida de la niña Eugenia casi no fue suya. En la mayor parte de los casos, en especial de los que quienes padecían alguna minusvalía física o mental, lo que podemos conocer de su biografía sin apenas episodios en los que los verdaderos protagonistas son quienes se divirtieron jugando con ellos, y tantas veces a su costa, o quienes ostentosamente proclamaron su riqueza, su belleza o salud rodeándose de ellos para sobresalir a causa de la desgracia ajena.

Fuente de Datos:
*Los Olvidados de la Historia – Marginales
(Ricardo García García, José Luis Beltrán, Fernando Bouza, Fernando Bruquetas, Manuel Peña)

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